No sé explicar cómo podemos emocionarnos, una y otra vez, de cada amanecer y atardecer que vemos a diario. Tampoco sé decir el porqué nos maravillamos al ver a una hermosa flor en medio de tantas hojas. Ni siquiera sé realmente si hay vida más allá del sol, o más allá de las estrellas. Tanto las cosas pequeñas como las cosas grandes nos llenan de emoción, pero no sé el porqué. Tampoco sé porqué se producen los sentimientos, esos que nos hacen sentir únicos y, a la vez, parte del todo. Hay momentos que disfrutamos a solas, y otras con alguien. No sabría explicar porqué, a pesar de las grandes decepciones de la vida, nos seguimos enamorando.
Es uno de los miles de misterios que tenemos en nuestra existencia. No sabemos decir el porqué nos enamoramos de cierta persona, a pesar de que no sepan de nuestra existencia. Aunque intentamos negarlo, en nuestro interior sabemos que nunca dejaremos de amar del todo, ni por las buenas ni por las malas. El atardecer termina con la oscuridad; las flores se marchitan muy rápido; las estrellas cambian de posición y se ocultan con la luz del día. Pero el amor no se va. Se mantiene firme y tercamente en el fondo de nuestras mentes, sin dejarse llevar por lo que le diga la razón. Solo depende de uno mismo para decidir si seguir a la razón o al corazón. Es lindo soñar, pero a veces hay que volver a la realidad.
No sé explicar el porqué hay días en que prefiero soñar, aunque mis sueños se vuelvan pesadillas. Será porque las puedo controlar, lo cual no sucede lo mismo con la realidad. Y así seguimos en este largo camino llamado vida, emocionandonos sin motivo, amando sin ninguna razón... y muriendo lentamente con la esperanza de encontrar un hermoso lugar o disolvernos en la tranquila y callada Nada.
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